07 diciembre 2025

1983 - Lamentablemente se equivocó Enrique Krauze

1983 - Lamentablemente se equivocó Enrique Krauze 

Lamentablemente, Krauze se equivocó. ¿Alguna vez ha sentido que la política mexicana es una historia que se repite? A pesar de los cambios de partido en el poder, de las promesas de transformación radical y de los discursos que marcan un "antes y un después", una persistente sensación de déjà vu parece instalarse cada sexenio. Vemos los mismos mecanismos, las mismas tensiones y, lamentablemente, muchos de los mismos problemas.


La pregunta es inevitable: ¿están las cosas cambiando realmente o solo estamos presenciando la misma obra con diferentes protagonistas? La tesis del blog es que todo se repite.

A pesar de las narrativas de ruptura, un análisis más profundo sugiere que las estructuras fundamentales del poder en México son increíblemente resistentes. Este artículo explora tres ideas incómodas, basadas en un análisis histórico y político, que desafían la idea de que hemos superado nuestro pasado.

El análisis del que parte este texto es contundente: el actual gobierno de la 4T no es una anomalía histórica, sino la repetición de un patrón profundamente arraigado en la política mexicana. Este patrón consiste en que el poder ejecutivo se impone como el "poder de poderes", sometiendo a los demás poderes del Estado y a cualquier instancia autónoma que pueda representarle un contrapeso.

Este comportamiento no es nuevo. Es idéntico al que ejercieron regímenes pasados del PRI, con figuras tan dispares como Lázaro Cárdenas o Gustavo Díaz Ordaz, donde la directriz era clara: someter al resto. 

Lo que resulta irónico es que el presidente López Obrador, en su toma de posesión de 2018, prometió explícitamente romper con ese pasado al afirmar que "ya nunca más el ejecutivo sería el poder de poderes". El análisis de los hechos demuestra que esta fue una afirmación falsa.

En la práctica, la estructura del poder presidencialista sigue intacta, sin importar el partido que ocupe el Palacio Nacional. La dinámica de concentración de poder se impone sobre las ideologías y las promesas de campaña, confirmando una vieja máxima. El poder es uno solo, no tiene color ni olor ni sabor y funciona igual en cualquier parte del mundo. 

Esta persistente concentración del poder presidencial es, precisamente, el mal que una generación de intelectuales creyó que la democracia vendría a curar. Pero, como veremos, esa gran esperanza se convirtió en una profunda decepción.

La democracia no fue la cura. A principios de los años 80, en medio del desastre, la ruina y el colapso económico y de legitimidad dejados por el gobierno de José López Portillo, el historiador Enrique Krauze publicó un libro influyente: Por una democracia sin adjetivos. En él, proponía lo que parecía ser la gran solución a todos los males de México.

La tesis de Krauze era que la democracia "a secas", sin apellidos ni adjetivos, era la cura definitiva. Creía que el simple hecho de confiar en la ciudadanía y redistribuir el poder a través de mecanismos democráticos sería el acto de reparación que el país necesitaba para superar sus vicios históricos. Esta era su gran esperanza, capturada en sus propias palabras:

Confiar en la gente, compartir y redistribuir el poder es la forma más elevada y natural de desagravio. Sin embargo, visto desde la perspectiva de hoy, el veredicto es claro y tajante: Krauze lamentablemente se equivocó. Lamentablemente, su profecía falló.

¿Por qué? Porque México tuvo democracia en las décadas siguientes, al menos si la definimos como el mandato de las mayorías y el relevo institucional. 

La evidencia es irrefutable: la alternancia en el poder ha sido una constante desde el año 2000. El PRI fue sucedido por el PAN, que gobernó dos sexenios; luego el PRI regresó al poder, para finalmente ser reemplazado por Morena en 2018.

A pesar de la llegada de la democracia, la alternancia entre tres fuerzas políticas distintas e incluso la creación de órganos autónomos como parte de esa anhelada redistribución del poder, los problemas fundamentales como la corrupción endémica y la impunidad no se solucionaron. La gran cura dada por Krauze, sencilla y lamentablemente, no lo fue.

Si el modelo ancestral de dominio presidencial sigue intacto (primera idea) y la cura prescrita de la democracia falló en resolver nuestros vicios más profundos (segunda idea), nos vemos forzados a una conclusión difícil y profundamente pesimista.

La conclusión que se desprende de lo anterior es que la historia de México es, en esencia, una simple "transposición de nombres propios". Los actores, los partidos y los discursos cambian, pero la dinámica subyacente del poder permanece idéntica.

Después de que los tres principales grupos políticos de las últimas décadas —PRI, PAN y Morena— han tenido la oportunidad de gobernar, la percepción es que "todos son iguales", no por capricho, sino porque los problemas estructurales persisten y porque el Poder es uno solo. Ninguna de las alternancias ha logrado producir una solución real a los vicios del sistema.

Esta perspectiva no nace de un cinismo pasajero, sino de lo que podría llamarse un "pesimismo documentado". Se basa en la evidencia histórica de las últimas décadas, que muestra cómo las promesas de cambio se desvanecen ante la inercia de una cultura política que se niega a morir.

Lo que este análisis revela es que las estructuras profundas del poder en México han demostrado ser increíblemente resistentes al cambio. Han desafiado tanto las promesas de los nuevos regímenes que aseguraban ser diferentes, como las teorías de intelectuales que apostaron todo a una sola solución. La realidad parece ser más compleja y menos esperanzadora de lo que nos gustaría admitir.

Esto no ofrece una salida fácil ni una respuesta clara, pero sí nos obliga a cuestionar nuestras suposiciones más profundas. Si el triple cambio de sistema político en el siglo XXI no fue la solución, ¿radica entonces el problema no en el sistema, sino en la naturaleza inmutable del Poder mismo? 

Mi respuesta es que sí: que nuestros problemas están en la naturaleza del Poder: siempre es el mismo. 

:::


No hay comentarios:

Publicar un comentario