El Otoño del Tetrarca
Rodeado de pavorreales, reaparece en su quinta el expresidente López Obrador. Parece escena de cierta obra de García Márquez.
El poder, concentrado y omnímodo, rara vez se disuelve con gracia. Lo que el escritor Gabriel García Márquez capturó con maestría en su obra sobre la soledad y el declive del gobernante perpetuo, hoy encuentra un eco retórico singular en la política mexicana: El Otoño del Tetrarca.
| Imagen: Canal de Youtube. |
La denominación, que apoyo en el sugestivo juego numérico de la "Cuarta Transformación" (4T), trasciende la mera alusión literaria para convertirse en el marco analítico de una crisis de transición.
El líder, que prometió ser el agente de una regeneración histórica, se enfrenta al ocaso envuelto en la turbulencia que él mismo cimentó.
La crisis actual de la 4T y del país no es sólo una coyuntura económica o de seguridad; es, fundamentalmente, una crisis de liderazgo post-carismático, por una mujer anticarismática.
El Tetrarca edificó su proyecto sobre una figura centralizada y una comunicación binaria, desmantelando o subyugando a los contrapesos institucionales en el proceso. La turbulencia se desata cuando esta fuerza centrípeta choca contra la realidad temporal del calendario electoral.
La sucesión presidencial, manejada desde el poder, ha creado un dilema inherente: ¿Cómo se garantiza la permanencia del proyecto sin el arquitecto? El control ejercido sobre la transición, destinado a perpetuar la visión del líder, paradójicamente genera inestabilidad.
Al imponer límites y agendas a su sucesora, el tetrarca no solo dificulta la necesaria renovación del proyecto, sino que activa tensiones internas dentro de su propia coalición.
La lealtad al hombre se confronta con la necesidad de la nación, creando una dualidad de mando que erosiona la autoridad del futuro gobierno antes de que este tome posesión. El "otoño" es, en esencia, la manifestación de que un sistema dependiente de una sola voz no puede evolucionar pacíficamente hacia la pluralidad.
El declive del tetrarca se hace tangible en los resultados de los ejes prometidos. El otoño es el tiempo de la cosecha, y la 4T presenta un saldo de asignaturas pendientes y costos elevados que inevitablemente recaen sobre la siguiente administración.
En materia económica, la promesa de austeridad ha cedido paso a un alto déficit fiscal y un endeudamiento histórico impulsado por el costo exorbitante (60% del PIB en 2026/27) y la dudosa rentabilidad de los proyectos faraónicos (el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas). Esta herencia compromete la capacidad de maniobra del nuevo gobierno y presiona las finanzas públicas en un momento de incertidumbre global.
La crisis más profunda, sin embargo, reside en la seguridad. A pesar de la militarización del país y la retórica de "abrazos, no balazos," el crimen organizado ha expandido su control territorial, dejando un saldo de violencia y una crisis de derechos humanos ineludible. Este fracaso no es solo una mancha en el historial del "Tetrarca", sino un fardo pesado que entorpecerá toda agenda de gobernabilidad de la siguiente administración. La promesa de paz es el gran pendiente.
Mi título, El Otoño del Tetrarca, encapsula el momento político actual: la inevitable llegada de la decadencia a un poder que se creyó invencible. La turbulencia de la transición no es un accidente, sino la consecuencia lógica de un sexenio que priorizó el liderazgo personal sobre la fortaleza institucional. La crisis es la evidencia de que un proyecto basado en la polarización y la concentración del poder unipersonal, al llegar a su fin, deja un terreno minado de problemas estructurales sin resolver.
El contraste entre la ambiciosa promesa de transformación y la realidad de una gobernanza deficiente será, sin duda, el punto de partida del juicio histórico.
El "Tetrarca" buscó asegurar su lugar en el panteón de los grandes reformadores; sin embargo, la historia no juzga solo la intención, sino la huella dejada. Y esa huella incluye el déficit, la violencia persistente y un Estado más centralizado pero no necesariamente más eficaz. La responsabilidad histórica final recae sobre el líder que, con un poder casi absoluto, no logró resolver los males endémicos, sino que, en el afán de perpetuar su propia imagen, dejó a su sucesora una transición compleja y un país profundamente dividido.
La tarea del nuevo gobierno será monumental: desmantelar el sistema de poder unipersonal del Tetrarca sin destruir el capital político que lo trajo al poder, mientras simultáneamente gestiona la herencia de un Estado financieramente comprometido y territorialmente asediado por el crimen.
El verdadero desafío de este "Otoño" no es solo el del gobernante que se va, sino el de la nación que debe aprender a sobrevivir y reconstruirse tras el paso de un poder absoluto.
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